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CRÓNICA DE UN VIAJE ESCRITA DURANTE LA CUARENTENA

  • Foto del escritor: NATALIA SCHEJTER
    NATALIA SCHEJTER
  • 1 may 2020
  • 4 Min. de lectura

Actualizado: 24 nov 2022

“El héroe, por lo tanto, es el hombre o la mujer que ha sido capaz de combatir

y triunfar sobre sus limitaciones históricas personales y locales y ha alcanzado las formas humanas generales, válidas y normales”.


J. Campbell, “El héroe de las mil caras”



¿Somos conscientes de la libertad que tenemos y de que somos tan poderosxs juntxs? No me refiero a la libertad liberal, romántica y mentirosa, en la que ni siquiera creo. Hablo de la libertad de poder elegir, siendo conscientes de que los privilegios existen porque este sistema es injusto aunque nos quieran hacer creer que el sur es abajo. Y también de la libertad de poder abrazarnos, y saber que podemos ir un poco más allá, porque no estamos solas, porque estamos juntas y porque nos tenemos. Como nos pasó a nosotras, que no claudicamos nunca, ni cuando estamos en receso.

Fijesé usté que quisimos irnos de vacaciones, y empezamos deseando una semana en el NOA, diversas circunstancias nos obligaron a recalcular y dijimos: “4 días en Misiones”. También ese plan comenzó a apocarse por una crisis general de la que no podíamos escapar y estábamos a pasitos de cancelar todo. Pero sabemos que la vida es una sola, y es hoy, entonces pensamos un plan chiquito pero posible: un fin de semana en San Miguel y su hermoso balneario. Lo hicimos, estábamos satisfechas y felices con un picnic en la laguna; pero nuestras almas inquietas nos hicieron caer en la cuenta de que estábamos a menos de 30 kilómetros de un portal a los Esteros del Iberá, pero necesariamente había que hacerlos en un vehículo todo terreno y con un chofer experto. El Iberá para los correntinos es tan cerca y tan lejos, tan simple y tan inmenso, tan nombrado y tan desconocido. Nosotras andábamos en un Clío y el presupuesto no alcanzaba para contratar a uno de los transfer que ofrecían a los turistas. Pero estábamos tan cerca, y somos tan obstinadas que le preguntamos a todos los seres humanos que nos cruzábamos si era posible llegar en nuestro modesto vehículo; y la respuesta era unánime: “no”.


¿Ya dije que somos perseverantes? Sí, así somos, nos reconocemos “manijas”, nos cantamos “quiero retruco” en todas las charlas, nos admirábamos y nos entusiasmamos mutuamente. Con ese ímpetu que nos caracteriza, no aceptamos un “no” como respuesta final y seguimos insistiendo. Hasta que un muchacho, a quien ”le ganamos por cansancio”, nos dio algunos tips muy precisos para encarar el camino, pero sin garantías. Y esas pocas palabras fueron el empujón mínimo que necesitábamos para arrancar.


A la mañana siguiente llenas de entusiasmo y con algo de nervios (que algunas disimulábamos más que otras), arrancamos. Solo nos propusimos intentarlo, sabiendo que si realmente el camino era imposible, regresaríamos. Tan básico como la sal, teníamos un condimento que parecía nos garantizaría comer bien: la conductora tenía mucha confianza en lograrlo (basada en observaciones de experiencias ajenas y en pseudo-antecedentes nivel preescolar, pero era algo). De todos modos un plato de fideos con sal no es lo mismo que un plato bien condimentado, con ingredientes variados, atrevidos y que combinen entre sí armando tremenda salsa.


A simple vista el camino parece inofensivo, no hay barrancos, ni grandes rocas, ni curvas pronunciadas, es lisa y llanamente un camino, pero muy arenoso, digno del Dakar. Para empezar seguimos las instrucciones que nuestro amigo (más bien de la victima de nuestra tozudez) nos había dado y nos metimos en el patio de una casa evitando una parte complicada, luego cruzamos el camino arenoso y embocar las ruedas izquierdas exactamente a 23.876543 centímetros del camino principal -o algo así-. Todos estos movimientos eran rápidos, sabíamos que al primer vacilo el auto encallaba en la arena, así que cada victoria se festejaba como si hubiéramos llegado a la cima del Everest. A los pocos kilómetros, tuvimos que salir de la arena que cada vez era más pesada y difícil y meternos en la entrada de un bosque de pinos que bordeaba el camino a nuestro destino, el “Parque Nacional Iberá”. Ahí frenamos, bajamos, hicimos cálculos y todo parecía muy difícil, empezaba a producir sentido todos los “no” que habíamos escuchado; los ánimos decaían, estábamos a pasitos de decidir volver. ¡Pero seguimos!!! Unos metros por entre los pinos, pero luego salimos porque tampoco era cosa muy simple manejar allí. Al poco tiempo encallamos en la arena que hizo tope con la parte baja del auto y ya no lográbamos ni meter los cambios.

Pero la suerte estaba de nuestro lado y al rato llegaron desde el Parque dos camionetas con trabajadores de la Reserva. Engancharon el auto en una de ellas y tiraron unos metros para sacarnos de allí. Por supuesto que algo de cordura nos quedaba y estábamos decididas a suspender la aventura, pero inesperadamente nuestros salvadores nos dijeron que ya habíamos pasado lo peor y que de haber llegado hasta allí nos sugerían seguir. Fue uno de los momentos más excitantes de nuestro viaje. A partir de allí todo fluyó. La poca gente que vimos, no podía creer que hubiéramos llegado solas en ese vehículo. En el destino final, Arroyo Carambola, nos cruzamos con una sola comitiva de turistas alemanes que ya estaban regresando.

Realmente fue atravesar un portal (no sólo el “Portal San Nicolás”), nos sentíamos un poco “Thelma y Louise” pero también fuimos Atreyu pasando ileso por entre las Esfinges para llegar a Fantasía. Nos transformamos de una manera inexplicable, hicimos el camino del héroe movidas por el Deseo y seguras porque Nos Teníamos entre nosotras.


Muy fuerte que haya sucedido justo antes de que este maldito virus nos mande a guardar. Cuando los turistas alemanes se fueron y nos encontramos solas en esa inmensidad: corríamos, gritábamos, reíamos y nos ABRAZABAMOS. Es muy difícil poner en palabras lo que fuimos sintiendo, pero sabemos que eran sensaciones compartidas, era emoción. Allí no había infraestructura, ni señal de celular, ni garantía de poder volver sin ayuda; no había nada, pero había todo.



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