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LETICIA Y SUS FÁRMACOS. (O LA DOPAMINA DEL AMOR) - El regreso de Lilith al Edén

  • Foto del escritor: NATALIA SCHEJTER
    NATALIA SCHEJTER
  • 4 sept 2018
  • 7 Min. de lectura

Leticia, al igual que muchísimas mujeres en la actualidad, repiensa el mundo que la rodea todos los días, se deconstruye. Y en ese repensar(se) está incluido el teatro.


Se da cuenta de que el teatro de representación a ella no la satisface, que necesita más para expresarse. La dopamina y la oxitocina que dice precisar para no deprimirse las encuentra entrenando. Leticia es artista, profesora de teatro, de expresión corporal y se llama Sabrina Tejada.


A partir de lo empoderada que se sintió realizando un entrenamiento como intérprete en Tucumán con el grupo Manojo de Calles, decide convocar a Belén Portero, Diana Sena y Tomás Richieri quienes le habían expresado, en distintos momentos, sus ganas de hacer teatro por primera vez.

Sabrina, que nunca había dirigido, aprovechó estos cuerpos que venían sin vicios actorales y con una enorme entrega para armar un grupo en el que realmente pudiera poner en escena su visión del teatro y al que llamó Post. Este nombre de solo cuatro letras contiene muchas intenciones: la ruptura de estructuras cristalizadas del teatro de representación, como la distancia que hay entre actores y espectadores en las clásicas cajas italianas (escenario tradicional distanciado y elevado con respecto al público); el rechazo a la mímesis aristotélica, al textocentrismo y hasta al ego de los actores.

Teniendo en cuenta esta génesis, el resultado es muy bueno: una obra de creación colectiva a partir de un entrenamiento físico de solo cinco meses que tenía como disparador temas de rock, escenas cinematográficas, epitafios, textos anarquistas, y cuerpos muy dóciles y expresivos.


El proceso creativo fue como un collage, cada una de las seis escenas lleva por título el nombre de la canción que la musicaliza. También fue como un cadáver exquisito, pero no a ciegas como hacían los surrealistas, más bien fue un montaje de la directora a partir de propuestas que traían todos.


Llegamos a la sala de teatro y los límites tradicionales ya están desdibujados. Si la posmodernidad es puro presente, la fiesta con la que nos reciben todos los miembros del grupo se hace carne de ello. Luces de colores, música bailable y la directora que arenga con un megáfono. En el centro hay dos mesas que forman la letra L de Leticia, en ellas nos podemos servir manjares afrodisíacos como frutillas, maníes, salame, caramelos de frutos rojos, vino tinto “Dada” (que anticipa algo de lo que vendrá), y unas ricas sopas paraguayas para marcar territorio. Todo el grupo, asistente de dirección incluido, como buenos anfitriones incitan al público a involucrarse en la fiesta. Sin embargo, por momentos, los tres intérpretes se mueven como un bloque, parece que será muy difícil sumarse. Por más agite que generen solo un espectador muy osado se animaría a meterse en ese trío.


Cuando entramos todos bien en calor, la directora da sala por megáfono, los espectadores participes (ya enfiestados) entramos a un galpón ambientado con luces azuladas y humo que propone un rato de ensueño. Huele muy bien. Para que la experiencia sensorial sea completa hay sahumerios en varios ángulos. No hay escenario, las sillas están dispuestas en círculo y dentro de él hay unos pocos objetos escénicos que generan un ambiente intimista. El espacio que oficiará de escenario parece un simulacro de arena de combate que será franqueado por los intérpretes en todo momento.


Una vez que estamos todos sentados, los tres intérpretes y Sabrina ingresan muy lentamente, casi como en una procesión, todos fumando. Las tres mujeres visten minifalda negra, muy corta y ajustada. Belén tiene pelo rubio corto y rizado, y los labios pintados de rojo. Sexy, pero con camisa. Diana de pelo morocho corto y con flequillo, también tiene los labios rojos, pero en oposición a la camisa blanca de Belén, ella lleva una musculosa negra ajustada y con un escote prominente. Tomás es flaco, alto, plástico. Guapo pero no se excede en sensualidad; viste pantalón, zapatos negros de vestir y camisa blanca. Su fuerte es la mirada y el manierismo en sus movimientos.


Leticia y sus fármacos. (O la dopamina del amor), del grupo Post, se estrenó el 2 de agosto del 2018 en el CECUPO. Es una obra de teatro experimental, fragmentada, en la que las palabras fluyen poéticamente en formato de citas académicas intercambiables que forman un rompecabezas. Estos intertextos son explicitados por la directora que se involucra a la vista de los espectadores, dirigiendo a viva voz a los intérpretes a quienes llama por su nombre de pila. Las acciones a partir de movimientos muy vinculados a la danza pivotean en torno a conceptos como la pasión, lo onírico y la crueldad artudiana. Esta propuesta rompe las jerarquías, reflexiona en su montaje sobre el dispositivo teatral, lo evidencia y cuestiona, provoca a los espectadores; seguramente es la obra más posdramática de la región. Sin embargo, no escapa del todo de lo narrativo, y esto no es una crítica en el sentido peyorativo del término, sino que es lo más interesante y atrapante de su propuesta. En Leticia la palabra no está al servicio de explicitar una historia con un modelo aristotélico de principio, nudo y desenlace, no es mimética, pero si afilamos el ojo analítico, es la puesta en escena del regreso al Edén de Lilith, la primera mujer creada por Dios antes de Eva.


Cuenta una leyenda de la mitología hebrea que Dios creó a Adán y a Lilith en el mismo momento y por igual. Lilith no aceptó estar acostada debajo de Adán teniendo relaciones, porque alegaba que eran pares. Entonces, ante la actitud machista de Adán que intentó obligarla a obedecer, ella lo abandonó y se instaló a orillas del Mar Rojo, hogar de demonios. Luego de unos días en los que Adán se sintió muy solo, invocó a Dios para pedirle ayuda y este envió a tres ángeles a buscar a Lilith. Como no lograron llevarla de regreso al Edén, para satisfacer a su primer hombre, creó de su costilla a Eva. La leyenda de lo que sucedió con Lilith una vez que abandonó el Edén tienen múltiples versiones: madre de vampiros, asesina de bebés, mujer promiscua, diosa diabólica, etc. Lo concreto es que cualquier vertiente de este mito la ubica como antagonista de Eva, el prototipo de madre y esposa ideal versus esta diabólica enemiga del hogar.


El que avisa no traiciona, a partir de ahora desmenuzaré Leticia y sus fármacos, con un objetivo claro. Por lo tanto, si el/la lector/a es un enemigo del controversial spoiler, sugiero guardar este artículo, reservar entradas para la próxima función, disfrutarla, sorprenderse mucho y, al día siguiente, volver a este punto a seguir leyendo (seguro se seguirá sorprendiendo). Pero hay otra opción para quienes aún no vieron la obra, pueden seguir leyendo ya que la propuesta del grupo Post es realizar una obra performática que no busca iluminar verdades y confluir en sentidos cerrados. Es una invitación a ser parte de la obra y vivenciarla; por lo tanto, aunque esta nota desnuda la pequeña historia que contiene Leticia, sepa que las sensaciones y las emociones que proponen son intransferibles, y tendrá que estar ahí cerquita para vivirlas.

En la primera escena, Belén yace muerta, recurso brechtiano que anticipa el final, pero en ese momento cabe pensar que murió masturbándose, la petit norte, como le dicen los franceses, o el pecado original cometido por esta Eva contemporánea y chaqueña. En la escena siguiente, Tomás aprovecha la muerte de Belén y persigue a Diana acosándola sexualmente de manera brutal. Ella escapa y lo amenaza con una enorme lámpara de pie que logra frenarlo (al igual que Lilith cuando abandonó a Adán). Tomás, desconcertado, encuentra una soga y comienza a tironearla. Aparece Belén con una cabeza de burro sobre la suya, atada a la rienda. Tomás como un jinete la arrastra por el espacio, al principio con esfuerzo, pero cuando consigue domesticar su hallazgo se pasea erguido mostrando orgulloso su conquista: consiguió a su Eva. Seguidamente, se dan secuencias que denotan el amor romántico, Tomás intenta suicidarse hasta que se cruza con Belén que lo salva; se desean; se aman con ternura; y él la acuesta en el piso y la vuelve a levantar, una y otra vez (como no pudo hacer con Diana) y ella se ríe gozosa. Hasta que el encanto se rompe cuando aparece Diana (o Lilith en su regreso al Edén), lo acusa de burgués y atrapa a Belén para someterla a maltratos y humillaciones. Durante esta tortura, Tomás solo será espectador hasta convertirse en un anarquista que la rescata para otorgarle una hipotética libertad en nombre del amor verdadero. Logra rescatarla y los destellos de amor romántico vuelven a aparecer entre ellos. Solo por un rato, hasta que Diana con máscara de burro sobre su cabeza asesina a Belén, y consigue que Tomás tenga relaciones con ella, pero esta vez a su manera. En esta última escena erótica, las fantasías sexuales aparentemente son quienes legitiman que el acto sexual se concrete encima del cadáver de Belén, pero la crítica a los orígenes religiosos sigue latente, ya que llevarán a la difunta en andas con los brazos colgando como figura sagrada con la que gozarán inmensamente.


Las referencias cinematográficas son múltiples: Sabrina como un narrador anuncia cada escena y enuncia algunos textos; la estética de Pulp Fiction; el final tiene un aire a desenlace policial hollywoodense; y la más directa es el homenaje a un “Perro Andaluz” de Luis Buñuel. El momento en que Tomás arrastra con riendas a Belén, que lleva puesta la cabeza de burro, es una adaptación de cuatro minutos de esa película de culto y la directora lo menciona con cierto orgullo: “del 8 al 12”. Además de esto Simone Mareuil, la protagonista del famoso cortometraje surrealista, abandona la habitación sacándole la lengua al ciclista (Pierre Batcheff) que había rescatado y que luego la había acosado, y pasa directamente a una playa marítima donde la espera un hombre. Curiosamente abandona al opresor igual que Lilith para irse al mar. Lo más llamativo es que así como la historia de las religiones creó y condenó a Lilith como perversa y diabólica, el destino final de Mareuil fue un espantoso suicidio que nos recordará la caza de brujas realizada por la Iglesia en la Edad Media: se prendió fuego con nafta en la plaza pública de su pueblo natal.


No deben ser tan casuales estos hilos invisibles que unen a estas mujeres. Vivimos en una región bastante conservadora y a esto hay que agregarle que la autora de esta pieza es de origen salteño. Mi mirada a esta obra teatral escrita y realizada en la moderna Resistencia (que en términos culturales es “la pequeña Buenos Aires del NEA”) es desde la ciudad de Corrientes, que junto con Salta pelean el podio del conservadurismo. En nuestra región, como en la obra, conviven el pasado lejano y la contemporaneidad; como el tradicionalismo católico de la ciudad de Corrientes y la experimentación cultural de la híbrida ciudad de Resistencia; como el mito de Lilith que el catolicismo niega y las Leticias que cuestionan lo establecido y se repiensan todos los días; como las escenas fragmentadas y la representación del asesinato. Conviven como en el primer epitafio que Sabrina escribió cuando tenía 18 años y hoy recuerda: “El delirio del ángel, la paz del maldito. Un último alarido de fe, sueños de un drogadicto. Un veneno galopante, un hada vestida de negro tocando un rock and roll”.


Esta nota también se publicó en Mateo - Medio Argentino de Teatro Online


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